miércoles, 21 de febrero de 2018

Call Me By Your Name: mucho más que un amor de verano





Hay rótulos dentro del cine indie que ya se convirtieron en clichés y en subgéneros, podríamos llamar a algunos de ellos coming of age, summer of love, cine LGBTIQ. Call me by your name, el último film de Luca Guadagnino basado en la novela de André Aciman de 2007, cuadra perfectamente dentro de estas etiquetas pero tiene un distintivo que lo hace trascender a lo categórico.

Quizás es su belleza poética y bucólica, en la que cada escena de la campiña italiana parece salida de un cuadro de pinceladas vibrantes y en colores llenos de vida. O quizás sea el seno familiar receptivo del que parte, donde la buena educación y contención actúan como rescate frente a la mediocridad. Quizás es la economía del lenguaje, que transmite más con gestos y acciones que con palabras. Quizás es su naturaleza desafiante y exploradora, que se aventura en un viaje a lo profundo de las emociones y pasión, dejando a un lado los prejuicios.

La historia transcurre durante 1983 en Crema, un pintoresco pueblo al norte de Italia en el que una familia de elevado nivel económico y cultural vacaciona en su casa de verano. Elio Perlman (Timothée  Chalamet), hijo único de 17 años, pasa los días junto a sus padres, que cada temporada reciben estudiantes de intercambio. En esta oportunidad, el invitado es Oliver (Armie Hammer), un agraciado universitario norteamericano en sus medianos 20 años de edad que va a completar su doctorado con el padre (Michael Stuhlbarg), un profesor y arqueólogo especializado en cultura greco-romana.

Los días, al igual que el ritmo de la película y la relación entre los dos protagonistas, transcurren de forma sosegada, como suele ocurrir en las ociosas tardes veraniegas donde se detiene el tiempo, entre siestas, lecturas, prácticas de música clásica al piano, charlas políglotas, recorridos en bicicleta, salidas nocturnas y excursiones por la laguna y el exuberante paisaje campestre. 

Al comienzo Oliver muestra soberbia y no parece ser bien recibido por Elio, que se siente amenazado y algo desplazado con perder su rol familiar como hijo prodigioso ante la llegada de un extraño. Pero aun así, él le provoca una gran curiosidad y admiración, ya sea por sus habilidades como bailarín, su destreza jugando al vóley, el éxito que tiene con las mujeres o la aceptación que recibe por parte de su exigente círculo familiar.  Poco a poco, la confianza  entre ambos va fluyendo en pequeñas dosis de seducción, encuentros, desencuentros y desafíos que van armando una narrativa circular y dejando implícito rastros de una atracción mutua, aunque siempre es el joven Elio quien da el primer paso, sostiene la mirada erotizada y de alguna forma ‘blanquea’ sus emociones. Oliver, por el contrario, al principio se muestra evasivo y esquivo ante la idea de tener una relación con el menor, aunque más tarde va ablandando la coraza y aceptando su vulnerabilidad.

Por todas aquellas palabras que ambos no pueden expresar completamente, aparece el arte sensorial de Guadagnino para manifestarlas y corporizarlas, a través de metáforas visuales y  táctiles donde el deseo aflora de forma tentadora (vale la pena ver con atención las escenas de Elio rompiendo la cáscara de un huevo poché en el desayuno o explorando la curvatura de un durazno suculento con el que fantasea, las proyecciones de diapositivas de esculturas masculinas y su padre advirtiendo la belleza que contienen esos cuerpos ambiguos sin edad, que incitan a ser deseados. 
Pero también Guadagnino recurre con mucha sutileza a citas de la historia, literatura o música para interpelar un tema que en otros tiempos fue tabú, el de las relaciones gay. No es casual que vayan de expedición a explorar un tesoro enterrado en lo profundo del mar que queda expuesto a la vista. Tampoco lo es la lectura de su madre traductora (Amira Casar) de una novela romántica francesa del siglo XVI que filosofa y se cuestiona si ‘¿Es mejor hablar o morir?’. 
Hasta el uso del tema pop ‘Words’ de F.R David referencia a eso que queda dicho entre líneas pero los personajes no terminan de balbucear.

Lo atractivo del film es que el director no pone foco ni en la diferencia de edad que se llevan los actores ni en la historia homosexual que desarrollan, sino en la sensibilidad que despierta el descubrimiento del amor y el sexo en una primera experiencia idílica que deja una marca en la vida. La cuestión pasa a ser universal pasando por alto el género: por eso  todo aquel que haya amado de forma intensa y profunda probablemente podrá reconocerse en Elio y en su montaña rusa emocional: que va de la desconfianza, miedo o confusión a la atracción y entrega absoluta (y en eso, hay que reconocer que Timothée Chalamet merece un párrafo aparte por su reveladora actuación en un rol bastante comprometido al que interpreta con mucha naturalidad).

La apertura de vivir una experiencia amorosa movilizante cierra el círculo con una excelente conversación de padre a hijo que es clave en la intención de la película y que todos deberían incorporar como consejo de vida. Así mismo, el tema acústico ‘Mistery of Love’, compuesto por Sufjan Stevens, también resume esa pregunta que esconde la incertidumbre del amor: ¿algún día cesarán las maravillas?

Como la sensación que despiertan unas vacaciones de verano aisladas de todo, al principio la dinámica puede resultar lenta pero luego, cuando el ciclo se acerca a su fin y quedan los días contados, nadie quiere que se terminen y todo se vive con una conexión más rápida, urgente e intensa en donde no hay tiempo que perder, como en esta hermosa y memorable historia.


Txt: María Gudón





















Otras películas similares para ver:

Blue Is The Warmest Color  (2013) – Abdellatif Keniche
Carol (2015) – Todd Haynes
La Grande Bellezza (2013) – Paolo Sorrentino
The Dreamers (2003) – Bernardo Bertolucci 







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